El domingo pasado me enteré del fallecimiento de Nicandro Ortiz. Los aficionados más jóvenes se preguntarán quien era este hombre del que tal vez no habían escuchado hablar, para quienes nos tocó vivir el futbol hace dos décadas, recordamos con cariño a don Nicandro, quien era en verdad todo un personaje dentro del futbol michoacano.
Don Nicandro era un entusiasta empresario que tenía una fábrica de polietileno, amante del futbol, sobre todo de su Morelia querido. Un buen día, en 1983, tomó la determinación de adquirir al equipo Ates de Morelia, ya que se enteró que el conjunto estaba próximo a desaparecer por la cantidad de deudas que tenía encima.
Nicandro no lo pensó dos veces, invirtió los ahorros de toda la vida y se hizo del equipo. En su entusiasmo, decidió contratar como técnico a un hombre al que él admiraba desde sus tiempos de futbolista, Antonio “La Tota” Carbajal.
Carbajal como técnico la verdad es que no había ganado nada, es más nunca obtuvo un título, pero era –y es- un hombre carismático, responsable y sobre todo trabajador, de un gran carácter y que gusta mucho de ayudar a los jóvenes (hasta hoy en día, tiene un equipo de jóvenes de la calle a los que los ha ayudado a salir de diferentes vicios como el alcohol y la drogadicción).
Conciente de la calidad humana de Antonio, Nicandro no dudó ni un instante que era el hombre idóneo para comandar al Morelia.
La mancuerna, fue ejemplar. Al equipo lo armaban por completo estos dos hombres, quienes hacían visorías, iban al extranjero, armaban el plan de trabajo, conseguían los hoteles, etc. Con ellos, una mujer, la eterna secretaria de don Nicandro. Los tres eran toda la directiva, no había más. A Carbajal, dentro de la cancha lo acompañaban uno o dos ayudantes y el doctor, ese era el cuerpo técnico y los jugadores, no más de 18 elementos. Ese, era todo el Morelia.
Eso sí, Nicandro y la Tota tenían un ojo clínico para detectar buenos jugadores, así llegaron al conjunto: los chilenos Juan Carlos Vera, Juan Ángel Bustos y Marco Antonio “El Fantasma” Figueroa; el Salvadoreño Mauricio Cienfuegos o el Tico Jafet Soto; los mexicanos: Horacio Rocha, Mario Díaz, Juanito Morales, Félix Madrigal, Lucas Ochoa, Ricardo campos, Raúl Servín, Olaf Heredia, entre muchos más.
Con Nicandro como dueño y Carbajal como DT, llegaron a cinco liguillas consecutivas, siendo dos semifinales su mejor logro, una de ellas perdida en penales en contra del América y que causó polémica, porque ya estaba el Morelia en los vestidores festejando su pase a la final por sus goles como visitantes en el Azteca, cuando les avisaron que el árbitro se había equivocado y que tenían que tirar penales, porque los goles en tiempo extra ya no eran considerados como motivo de desempate en el marcador global empatado.
El equipo peleaba a cada instante, era combativo, luchón, dinámico y sus jugadores eran entregados.
Sus salarios eran tal vez los más bajos del futbol mexicano, viajaban en un camioncito destartalado, comían sándwiches y tortas, se hospedaban en hoteles de tercera y muchas veces la Tota tuvo que sacar su tarjeta de crédito para que los dejaran salir del hotel y poder jugar, porque no alcanzaba con lo que traía don Nicandro
¡Jugaban por verdadero amor a la camiseta!
A cada estadio que iban, Nicandro llegaba cargado de una canasta grande de ates. Era el distintivo del equipo y ya sea los jugadores o algún aficionado acomedido, se ponían a lanzarlos a la afición en turno. Él personalmente, ganara o perdiera su equipo, al término del encuentro les llevaba ates a los árbitros y les daba las gracias o a veces algún recuerdo familiar, pero sin dejar de regalarles los deliciosos dulces tradicionales de Michoacán.
Don Nicandro muchas veces empeñó hasta la camisa, se peleó con la Tota y se reconcilió con él en variadas ocasiones, eran casi como hermanos, pero jamás dejó de pagarles a los jugadores.
Decía que mejor dejaba de comer su propia familia que dejar sin alimento a la familia de sus hijos –como llamaba a los futbolistas.
Ya con fuertes deudas, muchos de sus amigos le decían que vendiera al Morelia, pero él no quería. Esa era su vida.
La afición del Morelia aumentó a tal grado durante su gestión, gracias al futbol que desplegaban, que hubo la necesidad de construir un nuevo estadio, ya que el vetusto Venustiano Carranza le quedaba chico al equipo. Don Nicandro logró que se hiciera un patronato en el estado y que se construyera el Morelos.
Tras 13 años con el equipo y con fuertes presiones económicas y deportivas, don Nicandro tuvo que ceder, y no fue tanto por esto, sino porque una enfermedad lo aquejaba desde hace tiempo y la fuerzas ya flaqueaban. Con un problema renal muy fuerte, logró un trasplante de riñón y los médicos le aconsejaron reposo absoluto –algo que con el futbol no tenía, aunado a esto, tuvo varios infartos y se le instaló un marcapasos.
Así, en 1996 tuvo que vender por fin a los ates del Morelia y una parte murió con él. Nacerían los Monarcas ahora con TV Azteca como dueño y Nicandro se recluyó en sus negocios personales, pero siempre con una lágrima por su Morelia.
Descanse en paz Nicandro Ortiz Gaspar, hombre entregado en cuerpo alma al futbol.
Don Nicandro era un entusiasta empresario que tenía una fábrica de polietileno, amante del futbol, sobre todo de su Morelia querido. Un buen día, en 1983, tomó la determinación de adquirir al equipo Ates de Morelia, ya que se enteró que el conjunto estaba próximo a desaparecer por la cantidad de deudas que tenía encima.
Nicandro no lo pensó dos veces, invirtió los ahorros de toda la vida y se hizo del equipo. En su entusiasmo, decidió contratar como técnico a un hombre al que él admiraba desde sus tiempos de futbolista, Antonio “La Tota” Carbajal.
Carbajal como técnico la verdad es que no había ganado nada, es más nunca obtuvo un título, pero era –y es- un hombre carismático, responsable y sobre todo trabajador, de un gran carácter y que gusta mucho de ayudar a los jóvenes (hasta hoy en día, tiene un equipo de jóvenes de la calle a los que los ha ayudado a salir de diferentes vicios como el alcohol y la drogadicción).
Conciente de la calidad humana de Antonio, Nicandro no dudó ni un instante que era el hombre idóneo para comandar al Morelia.
La mancuerna, fue ejemplar. Al equipo lo armaban por completo estos dos hombres, quienes hacían visorías, iban al extranjero, armaban el plan de trabajo, conseguían los hoteles, etc. Con ellos, una mujer, la eterna secretaria de don Nicandro. Los tres eran toda la directiva, no había más. A Carbajal, dentro de la cancha lo acompañaban uno o dos ayudantes y el doctor, ese era el cuerpo técnico y los jugadores, no más de 18 elementos. Ese, era todo el Morelia.
Eso sí, Nicandro y la Tota tenían un ojo clínico para detectar buenos jugadores, así llegaron al conjunto: los chilenos Juan Carlos Vera, Juan Ángel Bustos y Marco Antonio “El Fantasma” Figueroa; el Salvadoreño Mauricio Cienfuegos o el Tico Jafet Soto; los mexicanos: Horacio Rocha, Mario Díaz, Juanito Morales, Félix Madrigal, Lucas Ochoa, Ricardo campos, Raúl Servín, Olaf Heredia, entre muchos más.
Con Nicandro como dueño y Carbajal como DT, llegaron a cinco liguillas consecutivas, siendo dos semifinales su mejor logro, una de ellas perdida en penales en contra del América y que causó polémica, porque ya estaba el Morelia en los vestidores festejando su pase a la final por sus goles como visitantes en el Azteca, cuando les avisaron que el árbitro se había equivocado y que tenían que tirar penales, porque los goles en tiempo extra ya no eran considerados como motivo de desempate en el marcador global empatado.
El equipo peleaba a cada instante, era combativo, luchón, dinámico y sus jugadores eran entregados.
Sus salarios eran tal vez los más bajos del futbol mexicano, viajaban en un camioncito destartalado, comían sándwiches y tortas, se hospedaban en hoteles de tercera y muchas veces la Tota tuvo que sacar su tarjeta de crédito para que los dejaran salir del hotel y poder jugar, porque no alcanzaba con lo que traía don Nicandro
¡Jugaban por verdadero amor a la camiseta!
A cada estadio que iban, Nicandro llegaba cargado de una canasta grande de ates. Era el distintivo del equipo y ya sea los jugadores o algún aficionado acomedido, se ponían a lanzarlos a la afición en turno. Él personalmente, ganara o perdiera su equipo, al término del encuentro les llevaba ates a los árbitros y les daba las gracias o a veces algún recuerdo familiar, pero sin dejar de regalarles los deliciosos dulces tradicionales de Michoacán.
Don Nicandro muchas veces empeñó hasta la camisa, se peleó con la Tota y se reconcilió con él en variadas ocasiones, eran casi como hermanos, pero jamás dejó de pagarles a los jugadores.
Decía que mejor dejaba de comer su propia familia que dejar sin alimento a la familia de sus hijos –como llamaba a los futbolistas.
Ya con fuertes deudas, muchos de sus amigos le decían que vendiera al Morelia, pero él no quería. Esa era su vida.
La afición del Morelia aumentó a tal grado durante su gestión, gracias al futbol que desplegaban, que hubo la necesidad de construir un nuevo estadio, ya que el vetusto Venustiano Carranza le quedaba chico al equipo. Don Nicandro logró que se hiciera un patronato en el estado y que se construyera el Morelos.
Tras 13 años con el equipo y con fuertes presiones económicas y deportivas, don Nicandro tuvo que ceder, y no fue tanto por esto, sino porque una enfermedad lo aquejaba desde hace tiempo y la fuerzas ya flaqueaban. Con un problema renal muy fuerte, logró un trasplante de riñón y los médicos le aconsejaron reposo absoluto –algo que con el futbol no tenía, aunado a esto, tuvo varios infartos y se le instaló un marcapasos.
Así, en 1996 tuvo que vender por fin a los ates del Morelia y una parte murió con él. Nacerían los Monarcas ahora con TV Azteca como dueño y Nicandro se recluyó en sus negocios personales, pero siempre con una lágrima por su Morelia.
Descanse en paz Nicandro Ortiz Gaspar, hombre entregado en cuerpo alma al futbol.
Vía Medio Tiempo
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